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El flechazo

Bueno, quizá es un poco exagerado hablar de “flechazo” cuando nos referimos a la elección de un producto, pero algo de eso hay.

En los productos de consumo cotidianos, de primera necesidad, podríamos decir que “el roce hace el cariño”. Nos hemos acostumbrado a ellos, nos gustan, encajan en nuestro presupuesto, nos acompañan sin estridencias pero sin sorpresas. Pero hubo una ‘primera vez’ en que ejercimos nuestra libertad de decisión eligiéndolos. Quizá miramos el precio, o el aspecto, o nos dejamos aconsejar por alguien de nuestra confianza (llamados ahora ‘influencers’). O todo a la vez. Después, si respondieron a nuestras expectativas, ya nos quedamos con ellos.

Pero a menudo tenemos que decidir algo más especial. Quizá un producto gourmet para una celebración o un capricho, quizá un dispositivo tecnológico o una prenda para practicar nuestra afición preferida. Entonces el precio deja de ser decisivo y nos seduce el aspecto, la presentación, la reputación. En una palabra: la marca. A veces nos dejamos llevar por marcas prestigiosas, pero otras deseamos ser diferentes y probar algo más exclusivo, no por su precio, sino por no ser ampliamente conocido. Un vino de una zona emergente, un queso con una etiqueta atractiva… La etiqueta, el embalaje, la presentación: he aquí el verdadero ‘cupido’ entre desconocidos (consumidor-producto). Compramos el alimento o la bebida pero también el objeto. Aquella etiqueta es una promesa de placer, el embalaje nos anuncia que en su interior hay algo hecho con cariño, con profesionalidad, por eso los productores han querido presentarlo como merece. Cuando en casa lo consumimos y compartimos ya estamos predispuestos a que nos guste. Por supuesto, si después no cumple las expectativas no lo volveremos a comprar, pero hemos dado una oportunidad al producto… gracias al diseño de su embalaje.

Carles Terès. Publicado en La Comarca, 31 de marzo de 2017